Normalmente, Windows 7 tiene tres particiones: una de recuperación, una de sistema y otra de datos. La de recuperación es intocable (en teoría, y de momento la dejaremos así), la de sistema suele ser demasiado grande y la de datos no está correctamente utilizada, porque los datos se graban por defecto en la de sistema.
Además, normalmente la instalación es enorme: el último equipo que he comprado tenía cerca de 30 GB ocupados en el sistema. Por supuesto, lo primero es desinstalar el Office capado que trae, los antivirus de prueba y demás zarandajas que son perfectamente sustituibles por productos libres o al menos gratuitos.
A partir de aquí, lo que suelo hacer es:
- Redimensionar la partición de sistema para hacer hueco a una nueva partición que llamaré, por ejemplo, Backups.
- Desactivar hibernación: desde ventana de comandos (abierta como administrador), powercfg -h off
- Desactivar memoria virtual en C y activarla en D.
- Desactivar puntos de restauración. Finalmente, voy a hacer una imagen del sistema, por lo que no los necesitaré.
- Cambiar destino de documentos, música, escritorio, etc. En la carpeta del usuario (C:\users\usuario), mediante click derecho-> Propiedades -> Ubicación -> Mover, y fijar el nuevo destino en D. Así, cuando necesitemos restaurar el sistema, nuestros datos estarán a salvo.
- Quitar la letra a la partición de copias de seguridad, para que no sea accesible desde Windows para que el usuario no borre nada que no deba.
A estas alturas, es muy probable que (tras los correspondientes reinicios) el sistema haya adelgazado hasta los 10-12 GB, lo que al menos es algo más razonable. Y a partir de aquí, crearé la imagen del sistema con mi herramienta de clonado (Ghost, partimage o similar), que probablemente cabrá ya en un DVD.
miércoles, 9 de noviembre de 2011
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